-¿Conoce nuestras ofertas? Llévese un 2x1, o mejor un 3x2. ¿Ha visto nuestras naranjas? ¿Y las judías de Ávila?
-Que no, joder. Cobra ya, cobra ya.
Las colas de clientes, los follones en pista, los follones en el tren de lavado, y los mil y un inconvenientes, todos juntos a la vez, me tenían en un estado de alerta permanente y con un rictus de mal disimulado agobio. Mis conocidos se hacían patentes de ello cuando venían a la estación, y al verme a menudo en aquellos trances, se compadecían de mí y me expresaban, en confianza, no comprender qué coño hacía yo trabajando en una puta gasolinera y bajo aquellas condiciones teniendo otras aptitudes como tenía. Nunca lo habían comprendido, y nunca se acostumbraron a verme con mi atuendo de Payaso Micolor ofreciendo sin éxito todo tipo de mercancía.
Cuando venía la responsable de Venta Activa (Vía Aerolíneas Air Nostrum, que como ya se ha dicho hasta la saciedad, sus aviones eran pequeños bimotores de doble hélice), la moza nos daba clases in situ sobre técnicas de venta, y para ello desplegaba métodos que me parecían de auténtica vergüenza. En el momento previo al cobro, y tras comprobar DNI, memorizaba el nombre del cliente (siempre se valía de un incauto caballero), y entonces, adoptando en el mostrador un tono de voz insinuantemente modulado y con una mirada dulce y melosa, como de camarera del Bar Coyote, le decía:
-Roberto, ¿has visto qué melones? ¡Y vaya espárragos!
Y así, tomándose su tiempo, nos entrenaba con el “venga Roberto por aquí, y venga Alberto por allá”.
Asistir a aquella demostración atentaba contra mi inteligencia y contra la de cualquiera que tuviera un mínimo de substancia. ¡Dios, cuánto se ha degrado el oficio y las personas!.
No quiero alargarme más en explicar la náusea que me producía aquella tipa que tiempos atrás había sido una simple gasofita, solo añadiré que mis constantes reticencias no hicieron más que contribuir al largo listado de razones para que se acelerara mi descenso hacia el abismo.
El JZ ya me tenía a puntito para ocupar una plaza de su lista negra, para colgarme la etiqueta de problemático y para abrir la veda contra el “Avanzado” de otros tiempos, pero todavía le seguía siendo útil, pues la “Trepa” aún tenía que aprender mucho en materia de operatividad, organización y administración de la oficina para alcanzar ese punto en el que mi persona se hiciese prescindible. Y para ello se instruía de la mano de nuestro “Figura” y de importante apoyo externo. Dada la enorme dificultad de aprender y practicar sin apenas poder despegarse de la caja, acudía en sus días libres (sin cobrar) para recibir las clases magistrales, ya no le importaban los cuatro días libres seguidos que tanto defendió cuando lo del horario anti-estrés, ya no le importaba su propio tiempo, incluso sacrificó 15 días de sus vacaciones para adquirir cátedra y facultad. No había vuelta atrás, su orgullo y ambición iban por delante, y tenía que estar a la altura de las expectativas que el JZ se había creado de ella.
Pero le costaba, le costaba un gran esfuerzo de intelecto a la pobrecita, yo me partía el rabo viendo sus escasos progresos a pesar de sus grandes sacrificios, pero también imaginaba que más tarde o más temprano, al igual que los niños pequeños aprenden a andar, ella terminaría consiguiéndolo.