CAPITULO 8
-El Delegado Regional ha tramitado tu solicitud, pero ha sido denegada en la Central. -Dijo el JZ.
-¿Por qué? -Pregunté yo
-Por que el Bule opina que aunque la estación cumple de sobra con los presupuestos y objetivos, el volumen de negocio aún está lejos como para reconocer la presencia de un Encargado General y un Encargado de Turno.
(El Bule [Juan Antonio Bule], se lo recuerdo a ustedes, fue el antecesor de Calçada, el famoso portugués)
-Bien… -respondí yo, no muy convencido por la explicación.
-Hay otra… -añadió el JZ.
-¿Qué…?
-Pues que a partir de este mes se te pasará en nómina un plus, así que no te quejes, macho. 150 euros más.
Así me dejé vender la moto, al estilo Corleone. Ignorando cualquier política en materia de promoción aunque reconociendo tu valía, pero sin permitir consolidar tu dignidad profesional de una forma justa.
De todos modos, el JZ algo de razón llevaba en cuanto a que no me podía quejar, me estaba convirtiendo en un expendedor de Luxe. Con el Plus de Dedicación recién concedido (ni puta idea de lo que significaba eso de "Dedicación"), y con el Plus de Turno Partido (un turno que no realizaba), mi nómina rozaba la del “Figura”, y en algunos momentos la superaba si se sumaban festivos, días extras, y alguna que otra zarandaja.
Cuando el JZ hubo marchado rumbo al aeropuerto, el “Figura” no perdió ni un minuto, en poner a su vez, pies en polvorosa. Al que hacía el 'turno partido' aún le quedaban tres cuartos de hora, y a mí, algo más del doble para completar el turno de tarde, y cerrar la estación que nos daba de comer a todos.
Ordené los albaranes pendientes que iba a meter al día siguiente y poco más. Un sentimiento medio de culpa y alegría, me daba vueltas en la cabeza. Después me tomé un Red Bull a la salud del DR, y más tarde me retiré a fumar un Pall Mall a la parte posterior del edificio que enfrentaba a una linda pradera. Entre caladas, observé el punto de luz del pequeño bimotor de doble hélice que en aquellos momentos se elevaba desde el aeropuerto cercano para desaparecer en el horizonte crepuscular, enfilando vuelo hacia la vecina isla mayor. Entonces, pensé en uno de sus pasajeros, acto seguido aplasté la colilla en la hierba, y regresé a la rutina del expendedor, con el orgullo a medio gas, y un sabor agridulce..
(En el próximo capítulo: Acción, emoción y humor a raudales. Un capítulo para no olvidar. )