CAPITULO 9

Los abultados descuadres y mermas en la familia de prensa, revistas y coleccionables que arrojaban todas las estaciones de la cartera del JZ, motivaron una reunión de urgencia con un experto en la materia desplazado expresamente desde Delegación para terciar en tal asunto. En principio, como es lógico, debía acudir a la reunión nuestro “Figura” pero el JZ prefirió que me desplazase yo porque no se iba a enterar de nada. Hay que añadir que la responsable de nuestra estación vecina, al no vender prensa en ésa época, no era necesaria su presencia.

Me ilusionaba aquella excursión, me imaginé en una reunión ejecutiva en un lugar snob, con decoración entre kistch y minimalista previo acceso a una sala de conferencias iluminada por luces led, con la temperatura ambiental adecuada, con micrófonos de televenta y videoproyectores high-tech, donde no faltara la típica libreta y bolígrafo corporativo, y el botellín de agua mineral con su correspondiente copa balón y servilleta, junto a la cestita de caramelos.

Tras pegar un salto vía Aerolíneas Air Nostrum a la isla mayor, la encargada que me asesoraba telefónicamente con la operativa y demás procedimientos, me recogió en la terminal del aeropuerto, y partimos juntos en su automóvil rumbo a algún restaurante de su agrado, pues era la hora de comer, y nuestra reunión no daría comienzo hasta las cuatro de la tarde. Aquella encargada 'estrella' era soltera por convicción, una madurita tintada muy bien puesta, y perfectamente complementada con Dolce Gabana, que no me despertaba la libido en absoluto, pero con la que tenía cierta confianza. No era nuestro primer encuentro, así que no hacían falta presentaciones. Entre plato y plato me iba poniendo al día de los pormenores de esto y aquello. Era una gran conocedora del mundo de Campsared, pues llevaba una pila de años en la empresa. Conocía muy bien a mi encargado y su desmadrada vida, pues ella pertenecía a su círculo de simpatizantes, y aunque era consciente de las limitaciones de tan insigne “Figura”, no censuraba su buen talante que impregnaba felicidad a casi todos. Yo sabía que esa super-encargada había estado, en algún momento de su brillante carrera, a las puertas del despido por causas relativamente ajenas a ella, pero que implicaron una tremenda mancha en su expediente. De no haber sido por la suprema intervención del DR ya no estaría en la empresa, y lo que pudo haber sido un despido fulminante, solo se quedó en una sanción menor, pero aún así, considerable. Llegado a este punto no me extenderé en suspicacias internas que, de todos modos, nada aportarían a esta historia al meternos en territorios no muy bien contrastados que se extienden a lo privado.

Después de comer y tras abandonar la cosmopolita ciudad vía autopista, llegamos a un pueblucho situado a media distancia de casi todas las estaciones del grupo. La reunión tenía lugar en un vetusto bar. El lugar semejaba una especie de casino de jubilados, cargado de humo y con la algarabía propia de las partiditas de mus y dominó. Aquel antro estaba cútremente decorado con multitud de trofeos deportivos, banderines y enormes bastones de esos que tienen grabado a fuego lindezas como: “Hoy no se fía. Mañana sí”. El único glamour que había allí era el traje de Armani del JZ, y mientras le estrechaba la mano, ya empezaba a arrepentirme de haber venido. Rápidamente nos hicieron subir al segundo piso del edificio, donde había una gélida sala apenas caldeada por alguna que otra estufa de butano.
Muchos de los allí presentes se preguntaban quien coño sería yo, pues no hubo tiempo de presentaciones. Cada uno de nosotros tomó asiento en su correspondiente silla de fórmica dispuestos a “aprender”. Observé mucho atuendo de gasofa, algunos, con las tristes y antiguas camisas de color salmón y cuello rojo que les delataban como expendedores avanzados por el simple hecho de estar allí.  Otros, con el polo raso de azul descolorido y holgado de tantas lavadas, lo que indicaba inequívocamente su condición de encargados.

Éramos una veintena de personas, muchos de ellos presentaban un careto con expresión aburrida y exhausta, como de estar hasta los cojones, y que después de una dura jornada, aún tuvieran que aguantar aquello. Enseguida, ante la presencia de nuestro 'bien amado' JZ ejerciendo como maestro de ceremonias, el Instructor tomó la palabra, y lo que tenía que ser una charla amena y digerible se convirtió en un complejo y soporífero despliegue de métodos, códigos y álgebra operativa para enfrentarse al enorme caos que conllevaba la administración y proceso de tantos coleccionables, de tanto dvd, y de tantos cupones. Todo aquel complicado mundo de cuberterías por entregas, futbolitos del Marca, recetarios de cocina de Arguiñano, recetarios de postres de la hermana de Arguiñano, coleccionables de insectos, coleccionables de minerales, coleccionables de mariposas, y así un largo etcétera hasta acabar en las tacitas de los Beatles. A las dos horas y pico, cuando aquello ya derivó en un concurso de ideas para la correcta aplicación de devoluciones ateniéndonos al sistema de etiquetaje por código de colores dependiendo de cada distribuidora y teniendo en cuenta el número de bultos a devolver, yo ya miraba sin disimulo la esfera de mi Swatch cagándome en mi putísima madre por haberme dejado embaucar en aquello. Mi avión, el último del día, despegaba a las 21:00 horas y la situación no veía su fin, ¡¡Por Dioooosssss, nunca maiiiis!!.

Mi mente se aletargó en una fase de auto-hipnosis para hacer más llevadero aquel trance, y cuando quise darme cuenta ya estaba en el interior del coche de la encargada cagando leches hacia el aeropuerto. Para colmo, dado la franja que era -la hora punta en que todos los curritos regresan a casa-, la utopista estaba reventada de vehículos convergiendo de retención en retención lo que amenazaba mi abandono de aquella tierra.
-Tranquilo, esto pasa cada día. Qué suerte tenéis de vivir donde vivís. (Dijo ella.)

Entonces, en cuanto pudo, se desvió por una carretera secundaria que pronto menguó en un pequeño vial. Era de noche, estábamos en pleno campo y no se veía luz eléctrica de ninguna clase a excepción de los faros del coche en cuyo haz se cruzaba alguna que otra lechuza en vuelo fantasmal resaltando su blanca y fugaz trayectoria.

-Oye, ¿Estás segura de que por aquí llegamos? No se ve nada. (Dije yo.)
-No te preocupes, que dormirás en tu camita. (Respondió ella.)
-Si pierdo el vuelo no llevo pijama. (Indiqué yo.)
-En ese caso no lo necesitaras. (Indicó ella.)

No se que quiso decir con aquello, pero el camino se hacía interminable, parecía que no se ganaba tiempo por ese atajo. Mejor hubiésemos seguido por la autopista, pensé. Y por pensar pensé que precisamente lo estaba haciendo adrede para que perdiese mi vuelo. Entonces me vino a la mente una cosa que El “Figura” me contó una vez. Y a Dios pongo por testigo que de lo emitido por sus labios no acierto a distinguir cuánto hubo de verdadero y cuánto de falso.

El caso es que en una ocasión, regresando ambos en avión de un cursillo de Radiant  impartido en una ciudad remota, nuestro colega tuvo que pasar la noche en casa de ella al haber perdido el vuelo de enlace. Ya instalado y mientras se hallaba cómodamente sentado en la butaca viendo la tele, apareció ella en camisón corto, y tomó asiento en el sofá situado enfrente. Entonces comenzó a limarse las uñas de los pies exhibiendo premeditadamente, según él, tó el “monedero”. Ante lo cual el “Figura”, que en el fondo no es tonto, eludió la situación retirándose prudentemente a su cuarto con el pretexto de que estaba muy cansado y tenía sueño (…).

Pero volvamos a la realidad que nos ocupa. Afortunadamente, el resplandor de potentes focos halógenos comenzó a surgir a corta distancia, y enseguida ya se pudo contemplar todo tipo de luces y movimiento. En un plis plas ya estaba en el aeropuerto, con el tiempo justo de pasar el control -y menos mal que ya tenía la tarjeta de embarque-, si no lo pierdo.
Me despedí de la encargada hasta un nuevo encuentro, y después, de vuelta a casa en el bimotor de doble hélice a punto de despegar, rememoré, con el cinturón ya abrochado, la experiencia del cursillo de la puta prensa de los cojones, y en eso se me acercó la azafata: “Caballero, ¿El País? ¿ABC? ¿La Razón?

-!!Nooooooooooor!!


(Continuará, como no podía ser de otra manera.)