CAPITULO 20
Me quedaba muy poco tiempo para decir adiós a aquel lugar. Estábamos a principios de febrero (2011), y en el cuadrante de vacaciones me había reservado la primera quincena del mes de abril, para poder librarla y utilizarla como trampolín hacia mi nuevo empleo. Es decir, me incorporaría a la nueva empresa durante ese periodo vacacional, y en algún momento durante aquellos días comunicaría mi cese al JZ tan pronto como lo tuviese todo bien firmado y bien sujeto.
Los días iban pasando, dejé de ofrecer SPOs y mierdas, ya que todo lo percibía ahora de otro color. Veía la luz al final del túnel. Pronto quedaría atrás Campsared, y su asqueroso corporativismo. Vergüenza tendría que darles el utilizar a sus empleados como simples buhoneros de mercadillo, y vergüenza deberían haber tenido por mantener congelados los salarios no aplicando un complemento absorbible para paliar ese desfase (cosa que en la cúpula se aplica con creces).
Cuando disfrutaba de algún momento de respiro en la caja solía hojear la prensa, me gustaba “Expansión”. A menudo incluía cosas acerca de Repsol, tales como su cotización bursátil, así como el descubrimiento de nuevos pozos de petróleo aquí y allá. ¡Coño!, con la dificultad y tiempo que presumiblemente debe entrañar todo eso de las catas y prospecciones, y estos tíos encontraban pozos día sí y día también, como el que encuentra chapas de Cruzcampo en el suelo de una sucia cantina. Incluso desde el primer momento de la prospección, ya sabían con seguridad, cuántos barriles sacarían del yacimiento y cuánto beneficio les iba a reportar, y lo anunciaban a bombo y platillo. ¡Hay que ver lo que tienen que hacer algunos para revalorizar las acciones y engatusar al inversor!.
En esas tesituras me hallaba, entre cliente y cliente, cuando apareció por la puerta el chico de Chronoexprés. Traía un sobre que apenas le dio tiempo a entregarme, pues la “Trepa” salió disparada como esas tarántulas que se abalanzan desde el agujero en pos de su presa, y le arrebató aquel envío para regresar a su cubil abrazando el sobre en cuestión, con una expresión igual a la del tipo aquel que decía: “Mi Tessooooro”.
Al cabo de una hora, y en presencia del “Figura”, la “Trepa” me mostró, entre cliente y cliente como no, el contenido del sobre, que no era otra cosa que un Expediente Disciplinario.
-Fírmame esto conforme de que te lo he entregado. (Me pidió)
-Yo no firmo ná.
Entonces procedieron a firmarlo ambos como testigos y me dieron una copia.
El expediente en cuestión se dirigía a mi persona acusándome de apropio indebido de dinero. Y como prueba aportaban una docena de ejemplos recopilados a lo largo de los dos últimos meses por un valor total de 40 y pocos euros. A lo largo de aquel panfleto se describía detalladamente por fecha, hora y minuto exacto (como si fuera un ticket largo) cada artículo de tienda defraudado a la empresa. Que si una bolsita de palomitas Paquita, que si un ambientador de aquellos cutres en forma de delfín, y así una serie de pequeños artículos hasta terminar en un Kit Kat que me compró una
motorista de la Guardía Civil (os lo juro). Todo ello refrendado por las grabaciones de la cámara de seguridad. Incluso detallaban mi modus operandi: “Usted pasa por el lector el producto y sin llegar a cerrar la operación procede a anular dicho producto y tal, y tal…” y seguidamente llegaban a la conclusión soberana de que “Como en el cierre de su turno el valor de esos artículos no sobra, usted se apropia de ese dinero” y para terminar me recordaban que “Usted puede presentar alegaciones en el plazo de tres días”. Y digo yo, que si hubiera querido lucrarme indebidamente no hubiese sido más rentable la cosa con algún lubricante de Repsol Competición, o cualquier otro artículo de mayor valor, y no unas tristes palomitas Paquita, por Dios. O mejor aún, me hubiera podido lucrar infinitamente mejor con algún que otro sobre de retiro que el “Figura” se dejaba olvidado a menudo por el sotabanco. Sinvergüenzas.
Estaba claro que la “Trepa” se tomó su tiempo en la operación CSI. Revisar a diario el informe de productos anulados y cotejarlos con las grabaciones de la cámara le debió llevar lo suyo, tarea en la que invirtió buenas dosis de paciencia y mucha perseverancia, pues cada día se anulan decenas y decenas de productos por cualquier motivo. Recordé unas palabras del JZ a propósito de aquel expendedor “rebelde” de la estación vecina: “Recopilad todo lo que podáis... cualquier cosa puede valer”, por aquel entonces no recuerdo que existiese la aplicación para generar esos informes. Ahora sí.
Con las pruebas aportadas, lo de apropiarme de dinero no era en absoluto nada probado ni concluyente por el simple hecho de que me cuadrara la caja, (en ningún momento me eché dinero al bolsillo, y por lo tanto no existe, en términos jurídicos, prueba definitiva que avale tal acusación), pero sí se demostraba una "mala práctica", tan mala como las Pruebas de Surtidor que se efectuaron en el pasado, y que ahora se realizaban a mis espaldas.
Envié vía fax mi Pliego de Alegaciones en el que, reconociendo haber efectuado maniobras de libre interpretación, en absoluto me había quedado con nada de lo que no era mío, recalcando además, que el complemento de "Quebranto de Moneda" no está destinado para absorber los mil y un fallos de pre-pago, por no hablar de otros cientos de complejidades relativamente achacables al trabajador.
Sabía que, a pesar de las alegaciones, redactadas no por salvar mi pellejo sino mi honor (aunque este concepto esté pasado de moda), la sentencia o la suerte, ya estaba echada, ya lo estuvo desde mucho tiempo atrás.