CAPITULO 17

Mientras el JZ tecleaba en su portátil, atendía el móvil y al mismo tiempo ordenaba sus papeles (tal y como siempre ocurría en sus visitas), me comunicó personalmente una decisión que había tomado con respecto a mi persona.

-La dirección quiere, por motivos de organización, que tu puesto se traslade definitivamente a la estación vecina.
-¿Por qué motivo? -Le pregunté
-Ya te lo he dicho, por motivos de organización. Al fin y al cabo hay la misma distancia de una estación a otra con respecto a tu domicilio.

Estaba claro que aquellas palabras no habían salido de su intelecto. Sin lugar a dudas alguien le había sugerido tal medida, bien el “Figura”, o más concretamente la “Trepa”, pues era palpable que mi presencia le incomodaba en grado sumo.

-El Convenio impide trasladar a un trabajador sin su consentimiento si la plaza que deja ha de ser ocupada por otra persona. -Le recordé al JZ
-Mira, en la estación vecina puedes ser más útil, además, se te mantendrá el Plus de Dedicación como hasta ahora. No sé de qué te quejas, macho.

Me quejaba de la lesión a mis derechos, me quejaba del atropello imperante, y sobre todo, me quejaba del evidente atentado contra mi dignidad, concepto éste, nada valorado en esta empresa.
Tras muchos tira y afloja, el asunto terminó de un modo, digamos que poco concluyente, pero la intención del JZ estaba clara y manifiestamente decidida,  por consiguiente me emplazó hasta su próxima visita para proceder a la firme decisión tomada.
Tras una noche de meditación con la almohada, al día siguiente me encaminé a la sede del Sindicato “X”. En apenas media hora inicié los primeros pasos para la convocatoria de elecciones. Por supuesto, el candidato iba a ser yo. Aquello llevaría varias semanas de tramitación, pero desde ese mismo instante frustré a la “Trepa” mi inminente traslado “forzoso”, pues una vez iniciado por el síndico el proceso, no cabían traslados de ninguna clase con respecto a mí hasta la celebración de elecciones, so pena de incurrir en faltas por obstaculización sindical.

Parecía una buena jugada. A los pocos días, tras el anuncio de elecciones, vinieron por la estación algunos miembros del sindicato “Y”con la intención de captar candidatos para sus listas, pero viendo lo desolado del paisaje, en el que el único candidato era yo habiendo optado por el sindicato “X”, se marcharon con las manos vacías no sin dejarnos ni una tarjeta de visita.
La situación era bastante clara para mí, con un único voto a mi favor me bastaba. Después ya no habría quien me moviese de allí.
Pero mira por dónde, desde algún oscuro despacho, alguien conminó al “Figura” a presentase a su vez también como candidato, y igualmente por el sindicato “X”. ¡Estupendo!
A partir de ese instante sopesé lo que la cosa podía dar de sí. Éramos cinco votantes, el “Figura”, la “Trepa”, el compañero veterano, la expendedora de media jornada y yo, y conociéndonos como nos conocíamos, el hipotético resultado más probable sería tres contra dos, pero ¿a favor de quién?
Teniendo en cuenta que la insobornable expendedora de media jornada no me iba a fallar, sólo necesitaba el voto del compañero veterano, pero mi contrincante también lo precisaba, aunque no necesariamente, dicho sea de paso, si acaso como un seguro de repuesto.

El compañero veterano, un tipo bastante neutral en el pasado, pero que ya estaba hasta el gorro de las condiciones de trabajo imperantes, y que en ningún momento nadie, a excepción mía, se habían preocupado por él, ya fuera por asuntos personales o laborales, tenía muy clara su opción a mi favor. Siendo el “Figura” consciente de esta circunstancia, ocurrió algo curioso, pues durante los días previos a la jornada de elecciones, el teléfono sonaba de vez en cuando preguntando por ese compañero.
-«Oye, que te llamo del Comité Central del sindicato “X”. Mira, ya sabes a quien no tienes que votar, eh… Piensa que el encargado siempre tiene más contacto con la empresa… todo es más fácil, piénsalo… Si tienes dudas no votes a ninguno, es lo mejor... pasa de follones»

Con estas “llamaditas”, cada vez más frecuentes y más intimidatorias, llegaron a confundir, a hacer dudar, y a amedrentar al compañero, cuyo carácter era más bien asustadizo y algo influenciable aunque no lo bastante para cambiar su voto. La maniobra estaba clara, de no conseguir su aprobación, simplemente con que votara en blanco daría lugar a un empate técnico. En ese caso ganaba el candidato con más antigüedad, o sea el “Figura”.
Supe que las llamadas procedían de un determinado teléfono porque le pedí al compañero que anotara ese dato. Consulté los teléfonos de las estaciones de toda la cartera, y coincidió con el de una estación de la isla mayor, cuyo encargado era un chusquero del círculo de amiguetes del “Figura.” Puse en conocimiento del JZ tal extorsión y me contestó: “Bueno, son cosillas a las que no hay que hacer caso…, de todos modos yo no puedo intervenir en esto”. Claro que no, pero con mi protesta le demostré que no éramos tontos, y mucho menos mi compañero, que había abierto los ojos. Sea como fuere, las llamaditas cesaron de producirse.
Días antes de las votaciones, siendo consciente de mi ignorancia en cuanto a los protocolos sindicales y de sus reglas en materia de elecciones, sentí  necesidad de asesorarme sobre de unas dudas que tenía, entonces tomé la tarjeta de visita del sindicato “Y”, y tras una fructífera conversación, llegué a un acuerdo fundamental con ellos.
Según supe, sin entrar profundamente en normas reglamentarias, la ley obliga a colgar las listas en el tablón no más allá de las 22:00 horas de la víspera de elecciones, sin detrimento de colgarlas antes, incluso con días de antelación. Pues bien, estábamos en la víspera y el sindicato “X” todavía no había hecho acto de presencia con la lista.  Podían permitirse apurar el plazo, pero ¿por qué?
A las 18:00 horas, y viendo que “X” no aparecían por allí, llamé a“Y” tal y como acordamos, acudiendo éstos sobre las 19:00 horas ante la sorpresa del “Figura”, cuyo ademán no fue otro que echar mano del móvil para informar a "alguien" de semejante imprevisto. En ese encuentro firmé mi renuncia al sindicato “X” a favor del sindicato “Y” (una fórmula totalmente legal si se realiza dentro del plazo), pues no podía permitirme aguardar hasta las 22:00 horas, y quedarme entonces sin margen de acción ante posibles “contratiempos”. Se trataba de una serie de carambolas que garantizaran mi supervivencia.

Finalmente, al día siguiente, con una caja de Lanjarón sirviendo como urna, dio comienzo la votación. Y tras el escrutinio, el resultado fue tres contra dos a favor de…

(To be continued)