Allá por el año 2002, los que ya curraban en Campsared recordarán (sobre todo los encargados y expendedores "avanzados") que trabajábamos con el recién estrenado sistema Radiant en su primera fase de prueba compartida con el antediluviano sistema Olivetti, ¿lo recuerdan? Pues en esa época fue cuando yo ingresé en la empresa. Las herramientas informáticas del control absoluto todavía estaban en estado embrionario. Con la olivetti no existía manera en tiempo real y desde la central de conocer ningún tipo de resultado de ventas ni financiero, y mucho menos de generar informes de todo tipo como ocurre ahora. El sistema era fácilmente manipulable y prácticamente no dejaba huellas del delito. Todo control se limitaba a la visita mensual y a veces bimensual del JZ in situ. Por allí no aparecían ni clientes fantasmas ni auditores externos ni ná de ná (claro, aún no existían).
Así comencé mi andadura como expendedor, estrenando una nueva y flamante estación de las grandes, de autoservicio, tren de lavado, sonda automática y magnífica tienda, y todo con los últimos avances de la época. En los días previos a la apertura y sobre la marcha, montámos la tienda sin la presencia de ningún responsable para tales menesteres, guiándonos tan solo por un escueto manual con fotografías, y así, tras un maratoniano cursillo con un técnico desplazado desde Madrid que nos instruyó en el manejo del TPV. La estación abrió sus puertas, y desde su apertura fue la estación galáctica, una de las que más vendía, y la que, a menudo le salvaba los presupuestos al JZ. Arrancamos con cuatro expendedores (uno nuevo, o sea yo, y tres veteranos gasolineros de los de antes, trasladados de una vetusta estación recién clausurada, y que lograron adaptarse a las nuevas tecnologías en un tiempo muy razonable) y finalmente, y como capitán de la tripulación, el encargado (que se estrenó ya de encargado en otra estación un año antes, por lo que nunca fue expendedor ni conocía lo que era la zona de caja).
La afluencia de clientes fue masiva, vendíamos combustible por encima de lo presupuestado, porque al ser una estación nueva no existían históricos. No te daba tiempo a colocar los ocho palés del pedido semanal porque prácticamente lo vendías así, tan pronto como lo destapabas. Las litronas, latas y botellines se reponían en el voult cada veinte minutos, y los domingos parecía como si todas las panaderías y supermercados estuviesen cerrados.¡La locura!
Desde el principio, y percatándose de la situación, mi JZ contó conmigo para futuro encargado, y como aperitivo, comenzó a pasarme en nómina el plus de jornada partida sin importarle que yo hiciera mi turno seguido. Pero aún así yo me resistía, prefería mis cuatro días de asueto, y desentenderme en mi tiempo libre. Aunque desde luego realizaba partes, contaba el dinero (al banco iba el encargado por aquello del escaqueo), hacía los pedidos de tienda, organizaba los cuadrantes de horarios, y un largo etcétera para que el encargado pudiera empalmar el banco con el bar, adónde acudía a prestigiarse y a lucir palmito con alguna de sus novias. A mi no me importaba en exceso, yo con tal de salirme cuatro horas de caja, le ayudaba en lo que hiciera falta, y a cambio me contentaba con el plus partido. Así estaban las cosas, yo encubriendo sus ausencias cuando llamaba el JZ (aunque no colaba, pero el JZ hacía la vista gorda), mientras el buen samaritano se despachaba a gusto de cervecitas codeándose con el empresariado local, quienes creían, por su desdén, que era accionista de Repsol. No obstante reconozco que yo no estaba exento de acompañarle en ocasiones a sus citas cerveceras, y así fui testigo del percal. Su lema era "Vivo y dejo vivir". El ambiente de trabajo era excelente, buen rollo, cachondeo y nada de presiones. Con semejante encargado hablabas de ligues y juergas más que de las obligaciones de la estación. Su objetivo, dado que el género se vendía solo, era cumplir el mínimo con el máximo escaqueo posible, y a menudo te hacía partícipe de su tren de vida.¡Dios Santo,qué tiempos aquellos!
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