CAPITULO 18

Daba pena el colega, se le acumulaba la faena con escasas oportunidades de que la “Trepa” pudiese echarle una mano si no era prácticamente en sus días libres. A mí, después del numerito sindical,  que por cierto gané, por tres a dos,  me apartaron totalmente de la oficina, e incluso los inventarios los realizaban prescindiendo de mí. Oficialmente estaba desterrado, con un billete preparado para marchar a otra estación, y solamente aquella maniobra me mantenía en el sitio. Era un cadáver exquisito con un buen sueldo, todavía. Mientras tanto la "Trepa" se afianzaba en el puesto, y hasta el figura le iba cediendo de forma irremediable el paso. De alguna manera el JZ se había encaprichado de ella, no solo para ocupar mi puesto, sino para hacerle la cama, y no a mucho tardar, al mismísimo "Figura" que andaba ya quemado, sino desencantado, aferrandose con pocas fuerzas para tratar de conservar su trabajo. Aún así, en plana vorágine, a mi me mantenían el Plus de Dedicación, naturalmente sin permitir que me “dedicara”. Durante mi primer año de Delegado Sindical jamás me había tomado ni una sola hora de las 16 liberadas que las que disponía por no dejar solo al “Figura”, que aún mereciéndolo, no dejaba de sentir compasión por él, cada vez más abrumado por las nuevas tareas.
En esa época, si mal no recuerdo, irrumpieron con las Auditorias Externas. Desde el principio se procuraba ir avisando entre estaciones de tales visitas, pero nunca sabías con certeza cuando nos iba a tocar. El colega ya había tenido varias “enganchadas” con el auditor. En una de esas, el experto detectó modificaciones en el parte para cuadrar algún ingreso, sin que el “Figura” acertara en “justificar” tales maniobras de varios centenares de euros, un hecho que el auditor constató que se producía a diario. La cosa no terminó muy bien para el colega, pues la empresa procedió a descontar de sus haberes ese faltante acumulado, eso sí, en cómodos plazos, concediéndole un préstamo de nómina. Todo esto junto con las mermas de inventario hicieron que, en lo sucesivo, su carácter comenzase a cambiar, dejó de ser el tipo desenfadado y risueño que nos tenía acostumbrados, para transformarse en una persona sumamente abrumada y con claros síntomas de burnout ( síndrome del trabajador consumido o quemado por el trabajo), ante la creciente avalancha de obligaciones con los SPO, y sus correspondientes presiones, pre-operativas y demás zarandajas. La cosa empezaba a venirle grande, y sus escasas capacidades comenzaron a menguar aún más si cabe, inmerso en ese torbellino de trabajo. Mientras tanto, la “Trepa” continuaba con su escalada al estrellato, pues entre otras cosas, solía vender el mínimo obligado de SPO e incluso superarlo, mientras los demás apenas despuntábamos. Sin duda, había algún “tongo”, pero en aquella asquerosa competitividad entre compañeros que había sembrado la empresa cada cual iba apañándose como podía, y ella tenía la flor, de siempre quedar bien.

La visita de rigor del JZ, se produjo ése día de un modo muy agresivo, pues no habíamos logrado la “Excelencia” de Horizonte, ese ansiado 100% por muy escaso margen, ya que nos penalizaron por no sé que rollo de un obstáculo en pista, y porque un expendedor no le ofreció todo lo que tenía que ofrecerle; ese expendedor en cuestión era yo, por supuesto.
Ver entrar por la tienda al JZ sin extenderme ni siquiera la mano, y haciendo gala de ademanes estúpidos ya me previno de lo que me aguardaba. Me “acorraló” en la cabina del horno y comenzó a increparme muy duramente. Mientras le escuchaba, tuve la tentación de emular la famosa secuencia ante el espejo de Robert De Niro en Taxi Driver, “¿Es a mí? ¿Me estás hablando a mí?”.

Viendo que ni me inmutaba mientras iba introduciendo, como si nada, las bandejas de baguettes en el horno, pasó entonces a restregarme mis paupérrimos resultados de SPO. Por el tono que empleaba, con evidente falta de respeto y educación, allí podía pasar algo. Como la cosa subía de tono, me hizo entrar en la oficina mientras el “Figura” y la “Trepa”, que también andaba por allí, se quedaron al tanto de la caja. No voy a transcribir la bronca que tuvimos, solamente añadiré que pudo haber motivos suficientes para que me abriese expediente disciplinario por desacato, y también para que a mi vez, lo impugnara por abuso de autoridad por parte suya. Tanto el uno como el otro éramos conscientes de que aquella desproporción se estaba saliendo de madre, pero sea como fuere, al término de su visita se despidió de mí como siempre, estrechándome cordialmente la mano, el muy ladino.

Transcurrieron bastantes meses sin incidentes que contar, si acaso las mismas miserias que seguramente ustedes experimentan a diario. La “Trepa” casi alcanzó ese punto de cocción tan deseado por el JZ, mientras el “Figura”, que ya por entonces lo era bastante menos (lo de figura me refiero), pasó a ocupar segundos planos, y a practicar unas horitas cada día en alguno de los TPV´s de caja ante mi sorpresa y la del compañero veterano. Daba pena el pobre, tal vez por que con su actitud, manifestaba sin palabras que sus tiempos de gloria habían pasado, y que se preparaba para afrontar un nuevo futuro. Lo que  también daban pena eran las toneladas de naranjas, manzanas y melones que se apilaban en el almacén. A menudo olía a fruta podrida del mismo modo que olía a vientos de cambio.
Dos meses después, mientras estaba disfrutando de mi quincena vacacional durante el mes de junio de 2010, en algún momento de esos días, el DR y el JZ visitaron secretamente la estación (supe más tarde), y ya al incorporarme al tajo, la “Trepa” y el colega me comunicaron algo que no por sorprendente me resultó en forma alguna inesperado.