CAPITULO 6

Nos percatamos que el JZ había estado dando la solución de un modo -quiero pensar- inconsciente, aunque imprudente, por aquello del mal ejemplo.

El día X a la hora H estábamos allí reunidos la plantilla (el encargado, el de mañana, el de tarde, el partido y el que tenía libre) con cinco vehículos secos de combustible. No se invitó a participar al quinto expendedor, pues era una chica muy joven con contrato precario, de fin de semana, y la excluimos por riesgo de que cometiese algún “desliz”, ustedes ya me entienden.
Tal y como se dijo anteriormente, la estación era nueva y flamante, y bien equipada, a excepción de una cosa: La inexistencia por aquel entonces de cámaras de seguridad .

Las pruebas de surtidor permitían la extracción de 10 litros de cada manguera (además, si la medición resultaba dudosa se permitía una segunda extracción). Haciendo cálculos por lo bajo: 10 litros x 24 mangueras = 240 litros. Como ustedes saben, las auténticas pruebas de surtidor se efectúan mensualmente (bueno, allí muy de tarde en tarde), así que teníamos la ocasión más o menos periódica de reunir un capital para ir restando deuda. La sonda automática no era problema porque su lectura estaba sujeta a un mínimo margen de error técnico, ya que el combustible, por razones geodésicas, se mueve en el interior de los tanques. Y la rudimentaria varilla de medición manual no es lo suficientemente precisa para detectar una merma de 200 y pico litros repartida en cuatro tanques de 30.000 litros cada uno. En resumidas cuentas, los instrumentos de medición no podían detectar en términos absolutos aquel zarpazo.

Entre cliente y cliente, el expendedor de caja bajaba los tickets como 'prueba de surtidor' a medida que el resto iba rellenando el depósito de 10 en 10 litros (la maniobra suponía mover el vehículo de surtidor en la medida que repostaras diesel o gasolina, y de la cantidad que fueras extrayendo hasta llenar el depósito).  La acción se realizaba en la hora tranquila, y si venía algún que otro cliente asiduo, la cosa pasaba inadvertida ¿qué iban a saber?

Tras lo descrito, cada uno de nosotros abonó el importe de los repostajes, y de este modo, como el sistema no te exigía ese dinero, se dispuso de ese sobrante para ir amortizando deuda. No nos sentíamos estafadores ni teníamos mal de conciencia, habíamos pagado lo que nos llevábamos. Si las complejidades y dificultades del trabajo derivaban en descuadres de caja, que se lo coma la empresa como Dios manda. ¿Cómo querían que denunciásemos las fugas si no había ni cámaras? Tampoco permitían mantener los surtidores cerrados en modo de pre-pago. Entonces…¿qué cojones era esto?

Hecha la ley hecha la trampa.

(En el próximo capítulo: Más emoción,  ¡Más revelaciones!, y con la incorporación estelar de nuevos personajes).